¡Sed Santos como nuestro Padre! Esta sentencia evangélica nos invita a ser santos como nuestro Padre que está en los cielos (Mt 5. 48). Y así debe de ser. Todos los seres humanos somos llamados a ser santos, casados o solteros; religiosos o laicos, aquí no hay diferencia.

Ser santo es estar decidido a seguir a Cristo desde el estado de vida al que nos sintamos llamados. Con frecuencia se le ha cargado tantas cosas e inventado otras tantas al hecho de  “ser santos”, pues el ser santo o santa no es otra cosa que la misma vida vivida en el misterio de Jesucristo, que es vivir en amor; hacer, decir, pensar con amor y hacer de lo ordinario un canto de amor que lleva por título Jesús.

Claro está que el santo no nace santo sino se hace, se hace a medida que deja actuar a Cristo en su vida y se abandona plenamente a estas manos que lo configuran y que son de nuestro Señor. Esto cuesta pero vale la pena.

En el Carmelo Teresiano nuestros santos han sido personas como muchos de nosotros, pero que han ido haciendo de la virtud un hábito, uniéndose casa día más a Jesús. Ya lo dicen nuestras constituciones. Entre los elementos primordiales de nuestra vocación está el que “abracemos la vida religiosa “en obsequio de Jesucristo”, apoyándonos en el común destino, la imitación y el patrocinio de la Santísima Virgen, cuya forma de vivir constituye para nosotros un  modelo de configuración con Cristo”.

María viene a ser el modelo perfecto del carmelita: vivir en el silencio del misterio, cumpliendo la voluntad de Dios.

El Carmelo Descalzo tiene en la Iglesia la misión de orar y enseñar a orar y desde este espíritu orante, el Carmelo Descalzo ha ido dando santos como modelos a seguir con tonos y matices distintos, pero con un mismo espíritu y misión, que no es otra que el entregarse a Cristo, pues Él es el centro y culmen de nuestras vidas.

El carisma es una realidad dinámica, puede crecer y enriquecerse en la historia. Numerosos carmelitas lo han enriquecido con su doctrina e iniciativas, como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Lisieux, Beato Francisco Palau, Santa Teresa Benedicta (Edith Stein), santa Teresa de los Andes, Santa Isabel de la Trinidad, Santa María de Jesús Crucificado, beato María  Eugenio, santos Luis y Celia Guerin (papás de Santa Teresita) y otros; muchos de ellos no canonizados, como Jerónimo Gracián y Juan de Jesús María, por citar algunos insignes del primer período, con otros posteriores, particularmente misioneros. Entre todos han multiplicado las moradas interiores y ensanchado los horizontes del Carmelo, inspirados y urgidos por el evangelio y el impulso teresiano.

 

 

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