MARÍA, MADRE Y HERMANA NUESTRA

 

En el mes de julio, el Carmelo se engalana por completo para la gran celebración de su Madre y Hermana. Todos los lugares, donde hay un carmelita, se impregnan del aroma de las flores del monte carmelo y se revisten de los colores característicos de una vida de entrega y amor fraternal. La fiesta es inminente. La alegría de sabernos “hijos de una tan gran Madre”, como lo diría santa Teresita del Niño Jesús en su diario, enuncia no un conocimiento, sino una profunda experiencia de cercanía y calor maternal.

¿Qué celebramos entonces durante estos días? ¿Qué significa para nosotros, los carmelitas, ser hijos de una tan admirable Madre, y más aún, una tan excelente Hermana?

Tal celebración se remonta a los primeros cruzados que, inspirados en el profeta Elías, se retiraron a vivir en el Monte Carmelo. Estos devotos, no responde a una advocación especial, querían vivir bajo los aspectos que se nombraban en el evangelio sobre María: anunciación, maternidad, entrega y oración. Su devoción permitió una nueva forma de vida.

Desde estos, llamados ermitaños, hasta ahora, el carmelo ha tenido la fama de María su Madre, es decir: profundidad e interioridad. Todos, flores que engalanan el monte desde su entrega de vida; ejemplo de ellos tenemos a Nuestra Madre Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Teresa Benedicta de la Cruz, Teresa de los Andes, María Eugenio del niño Jesús; Mujeres y Hombres que encontraron en el aroma del carmelo, eso que los unía a la eternidad.

Ahora bien, somos llamado Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, ¿qué significa llevar este nombre? Significa que estamos entroncados a una familia consagrada al amor que camina a la plenitud de la caridad “bajo el influjo de la intimidad con Dios” (Constituciones Carmelitas Descalzos I 3, 47). Es decir, somos hermanos de María, la Bienaventurada, la Virgen; somos los descalzos que caminamos con María el camino de la Cruz, descalzos porque el mundo es tierra santa; descalzos porque somos pobres como María, quien solo espero de Dios; descalzos porque nuestra entrega generosa al reino de Dios se hace desde nuestra propia vida. Si, vida de descalcez, de entrega y de abandono en las manos de Señor a imitación de ella misma. Entonces, podemos preguntarnos ¿qué es lo que tiene esta Hermana nuestra, para que sea digna de imitación?

Como ya se ha dicho, al acercarse el carmelita a María, lo hace viendo en ella el modelo de contemplación y dedicación; ya el Concilio Vaticano II, nos habla de ella como compañera de camino, y para el carmelita, no es solo compañera, sino madre, guía y, muy importante, hermana.

Entonces, así como María creyó y experimento que Jesús, verbo encarnado, es el culmen del encuentro del hombre con Dios, no en vano el carmelita está invitado a vivir también, intensamente, esa unión y esa culminación. Mas aún, ella, acogiendo plenamente la palabra, llegó a la alta montaña, y al entregarse a Dios, vive en él. Habita en la punta del Monte Carmelo, y revestida del sol y la estrellas, vive gozosamente la palabra. Gozo: característica principal en el carmelita, pues cualquier hombre y mujer que, revestido con el escapulario de María, y “corre tras el olor de sus perfumes”, no aspira ni se contenta más que con Dios; un Dios que cubre con su sombra, que se encarna y que se goza del hombre. Unión de Dios y María, unión del hombre y la divinidad, Cristo y creación… Tal comunión penetra en la vida, y marca un estilo con un sello que se tatúa en el alma.  

Tal sello es la oración, la contemplación, el apostolado y la abnegación evangélica; acciones que se ven marcadamente en María y que son narradas en el evangelio: Vemos a María orando cuando se encuentra con el Ángel, en aquella casa de Nazareth; contemplando la acción del Espíritu en su seno, pues su asombro es tan grande ante la encarnación del Verbo en su vientre; corriendo a donde su prima Isabel, para que en tal encuentro, ambas mujeres degusten de las gracias divinas; Vemos a María cantando las misericordias del Señor, reconociendo en ella la dicha de ser auxiliada por Dios; La vemos buscando, como un carmelita genuino, al niño en el templo, a Jesús en la sinagoga, a su hijo en el camino al calvario; la vemos de pie junto a la cruz; en comunidad con los discípulos el día de Pentecostés. En fin, María, al igual que el carmelita soñado por Teresa al fundarnos, abarca todas las realidades en el camino de la salvación.      

De manera que, volvemos a la pregunta inicial: ¿qué celebramos durante estos días? Celebramos que somos semejantes a María, que ella es nuestra Hermana; que, al acercarnos a ella, experimentamos hondamente el misterio pascual; que caminamos como ella; que somos fecundados por el Espíritu Santo y somos cubiertos con su sombra; que en nuestra vida como carmelitas, hijos y hermanos de tan bienaventurada virgen, nos incorporamos a Dios mediante el amor, el dolor, el gozo, la entrega y el abandono (Constituciones Carmelitas Descalzos I 3, 47).

Finalmente, nuestro gozo en esta celebración es evidenciar en nuestras vidas los rasgos de María como nuestro modelo a seguir (Constituciones Carmelitas Descalzos I 3, 47). Por tanto, que durante estas fiestas, nos reconozcamos como pertenecientes a María, como hermanos de tal Hermana; hijos de tal Madre; y, al revestirnos de sus virtudes, reproduzcamos su imagen en el mundo, dando a luz a la palabra que ha sido puesta en nuestro interior, orando y contemplando, estando al servicio generoso; y, a la vez que somos vivíficos, en medio de la alegría, seamos impulsados, en su imitación, a sumergirnos más a fondo en el misterio de la Trinidad.

Fray Darwin Castro Rodríguez OCD
Estudiante de Teología