V DOMINGO DE PASCUA
27 de Abril de 2024
Él les contó cómo había visto al Señor en el camino
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hch 9,26-31
En aquellos días, llegando Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera discípulo.
Entonces Bernabé, tomándolo consigo, lo presentó a los apóstoles y él les contó cómo en Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús.
Saulo se quedó con ellos y se movía con libertad en Jerusalén, actuando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los helenistas, que se propusieron matarlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.
La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Sal 22(21),26b-27. 28 y 30.31-32 (R. 26a)
R. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
O bien:
R. Aleluya.
V. Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan.
¡Viva su corazón por siempre! R.
V. Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán los que duermen en la tierra,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo. R.
V. Mi descendencia lo servirá;
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
«Todo lo que hizo el Señor». R.
Este es su mandamiento: que creamos y que nos amemos
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan. 1Jn 3,18-24
Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo.
Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.
Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante
Lectura del santo Evangelio según san Juan. Jn 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado; permanezcan en mí, y yo en ustedes.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que desean, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán discípulos míos».
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
La vid y los sarmientos
En el marco de este tiempo pascual el evangelio nos presenta hoy, en el quinto domingo, la imagen de la vid y los sarmientos. Así mismo, esta metáfora va acompañada de unos elementos que, al ser objeto de reflexión y meditación, nos permiten ahondar más en ella y nos ayudan a vivir de mejor manera el misterio de la resurrección. Esa misma experiencia que tuvieron los primeros cristianos también nosotros estamos llamados a tenerla y compartirla, es decir, la nueva condición de vida que nos da Jesús con su Palabra y con su resurrección. Esa vida eterna que nos comunica Dios Padre por medio de su Hijo, y que desea que nosotros acojamos con humildad y sencillez y, al mismo tiempo, con responsabilidad y determinación.
El primer elemento que podemos resaltar dentro de la metáfora de la vid y los sarmientos es el de la unidad. Así como la vid y los sarmientos conforman un solo ser vivo que comparte la misma savia y produce el mismo fruto, también así deber ser nuestra relación con Jesús. Pues, unidos a la persona de Cristo, y permaneciendo en Él, nos convertimos en un solo ser. Aquí radica una primera invitación por parte del Resucitado, vivir unidos a Él, como aquellos discípulos (hermanos, amigos e hijos de Dios) que, escuchando su Palabra, la cumplen y lo aman. De esta forma también entramos en comunión con el Padre, quien nos nutre con su presencia para que, con la debida disposición y docilidad a su acción, demos fruto abundante en beneficio de toda la humanidad, y la creación, para gloria y alabanza suya.
Dentro de la experiencia de la unidad está presente un segundo elemento, y este es el fundamento, la esencia de dicha unión. Podríamos preguntarnos, ¿Qué es lo que hace que los sarmientos se mantengan unidos a la vid? Más importante aún, ¿Qué es lo que nos ayuda a permanecer unidos a Jesús? ¿Qué nos hace permanecer en Él? Este segundo elemento es vital porque si lo descubrimos y lo aterrizamos a lo cotidiano de nuestra vida, nos ayudará mucho a vivir la invitación que nos hace el Señor en el evangelio. Pues bien, este elemento es el Amor. El Amor de Dios manifestado en la persona de Jesús en su máxima expresión. Ese don del Padre es la “savia” que nos nutre cada día y nos concede la gracia de poder permanecer unidos a la Vid verdadera que es Cristo. Por esta razón, en la medida que vivimos desde el Amor Dios es que podemos permanecer en Él, y podremos sentir con certeza como Él está y permanece en nosotros.
Ahora bien, la unión con Jesús ha de producir fruto, propiamente el fruto del amor que nos hace discípulos, hijos, hermanos y amigos, nos hace participes de la alegría del Resucitado. Esa alegría que Dios desea para cada uno de nosotros y que es signo de una nueva condición de vida que se caracteriza por la plenitud y la permanencia en Él. Sin embargo, puede suceder que caigamos en el error de “permanecer” en Jesús sin dar el fruto que corresponde, y esto se da cuando nos conformamos con ser sus discípulos solamente de palabra y de manera superficial. Esto nos ayuda a preguntarnos de qué manera vivimos nuestro seguimiento de Cristo y a confrontarnos respecto del fruto que estamos dando como cristianos que decimos ser. Al respecto, la segunda lectura nos da una clave importante para evitar esta tentación y es que nos animemos a amar no solamente de palabra, sino que amemos de verdad y con las obras, así como lo hizo el Señor.
Finalmente, encontramos un último elemento objeto de reflexión: la gloria de Dios. Podemos preguntarnos ¿en qué radica la gloria de Dios Padre? Y la respuesta es concreta, su gloria está en que nosotros, como hijos suyos, vivamos la dinámica de amar verdaderamente, así como lo hizo Jesús. Esta es la alegría del Padre, ver cómo nos disponemos cada día para acoger su proyecto y lo hacemos realidad a través de nuestros pensamiento, palabras, acciones, actitudes y gestos con las personas que nos rodean, con quienes nos relacionamos y hacen parte de nuestra historia. Y esto es realmente posible cuando acogemos Jesús, la Vid verdadera, y aceptamos su toda su persona, es decir, su manera de ver, escuchar, sentir, hablar y tratar. También cuando integramos su mensaje y hacemos de su Palabra nuestra norma de vida. Así seremos verdaderos discípulos, en constante aprendizaje, con los ojos y el corazón puestos en Aquel que nos da plenitud haciéndonos cada vez más hermanos e hijos de Dios.
Que el Señor nos conceda la gracia de permanecer en Él y de dar ese fruto agradable para el bien de nuestros hermanos, que su Palabra nos nutra y nos anime cada día para llevar ese amor que hemos recibido a todos los corazones que también lo necesitan, y que con nuestra forma de vida demos gloria al Padre por todas las bendiciones y gracias que derrama sobre nosotros. Feliz domingo y bendecido inicio de semana para todos.
Fr. Humberto José Pérez, OCD.