Semana XXI del Tiempo Ordinario
27 de agosto de 2023
Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David
Lectura del libro de Isaías. Is 22,19-23
Esto dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio:
«Te echaré de tu puesto,
te destituirán de tu cargo.
Aquel día llamaré a mi siervo,
a Eliaquín, hijo de Esquías,
le vestiré tu túnica,
le ceñiré tu banda,
le daré tus poderes;
será padre para los habitantes de Jerusalén
y para el pueblo de Judá.
Pongo sobre sus hombros
la llave del palacio de David:
abrirá y nadie cerrará;
cerrará y nadie abrirá.
Lo clavaré como una estaca en un lugar seguro,
será un tono de gloria para la estirpe de su padre».
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Sal 138(137),1-2a. 2bc-3.6 y 8bc (R. 80[79],18)
R. Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
V. Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postré hacia tu santuario. R.
V. Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.
V. El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.
De él, por él y para él existe todo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos. Rm 11,33-36
¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa?
Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor
Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo. Mt 16,13-20
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y ustedes, ¿quién dice que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy?«
El desarrollo del ser humano se enmarca en una constate identificación consigo mismo, es decir, un conocimiento personal que le lleva a reconocer quién es y cuál es su lugar en el mundo; dirá santa Teresa de Jesús en su libro de Fundaciones: “y tengo por mayor merced del Señor un día de propio conocimiento, aunque nos haya costado muchas aflicciones y trabajos, que muchas de oración; cuánto más, que el verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado” (F. 5-16).
En este ir y venir de la existencia, surge la pregunta constante por la identidad ¿quién soy yo?, interrogante que respondemos a través de referentes externos que encontramos en nuestro entorno: el niño se identifica con super héroes, en sus mayores ve héroes que le llevan a decir: yo quiero ser como…; el joven se identifica con el personaje de moda, el ídolo de las multitudes incluso se convierte en fans de dichas personas, nada raro que asuma comportamientos parecidos e incluso se vista a imitación de ellos; finalmente en la etapa adulta, hombres y mujeres, aunque hayan ganado mayor comprensión de sí mismos y de su ser, tendrá uno que otro referente de identidad que le ayude a continuar adelante en su caminar, en esta etapa de la vida es donde se afianza la fe y la identidad se enfoca en lo trascendente, que para nuestro caso es la persona de Cristo Jesús.
Hoy resuena el eco de aquel interrogante de Jesús a sus discípulos y que nos compete a nosotros como sus seguidores; la pregunta va directamente a nuestro ser de creyentes, no a la identidad del que hace la pregunta, apunta más a lo personal, a lo íntimo de quien camina con Cristo. Santa Teresa de Jesús bellamente deja conocer su ser intimo en su encuentro con Jesús Niño en las escaleras del convento en Ávila “y ¿quién eres tú? (pregunta Teresa) y ¿tú quién eres? (pregunta a su vez el Niño), ella responde “yo soy Teresa de Jesús, y tú ¿quién eres? a lo que el niño responde “yo soy Jesús de Teresa”, justo en ese encuentro de fe y de amor, percibimos la plena identidad de la santa con Jesús y viceversa.
De igual manera podemos comprobar que la respuesta de Pedro es clara y contundente: “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (v. 16). En el apóstol hay una identidad plena con Cristo, profesión de fe que nace de un corazón plenamente identificado con aquel que ama, Jesús es ya para Pedro el Salvador, el Ungido, el Mesías Hijo de Dios, es quien le da sentido pleno a su existencia y fortaleza en el caminar de la vida.
El Maestro aplaude, reconoce y valora la claridad del discípulo: “¡Dichoso tú, Simón, ¡hijo de Jonás!” (v. 17), es la alegría del que acompaña al sentir que se ha “hecho camino al andar” y que, aquel que un día dejó las redes en la orilla del mar de Galilea, ahora es en verdad un hombre nuevo, está listo para ser pescador de hombres, la senda se ha recorrido debidamente, la fe es ya fundamento de la vida y el miedo esta derrotado y por eso puede proclamar lo que cree.
Llegamos entonces al culmen de aquel diálogo entre amigos, la misión va dando sus frutos “porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo…” (v. 17) Jesús comprende que es el momento de levantar el edificio, que ya están las bases sólidas y por eso proclama, como buen Maestro: “Pues yo te digo tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá” (v.18). Frente a la clara identidad hay un voto de confianza, ahora que ya reconoces quién eres, que sabes quién es el que dentro de ti está, debes continuar el camino construyendo aquello para lo que has sido llamado, la obra de la Iglesia, de la comunidad, de tal manera que “lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo” (v 19).
La palabra de Dios en el evangelio de hoy nos anima a reflexionar sobre nuestra identidad de fe, si en nuestro recorrido con Jesús, en medio de una sociedad que nos habla y nos responde sobre un Jesús que pasa y simplemente no es más que el héroe del momento que puede salvarme de un entresijo de la vida; el bombero que apaga el fuego, que con mi comportamiento he encendido; el médico de turno en sala de urgencias, quien cura lo más pronto posible heridas propinadas a mi ser; o, el mago que desaparece o aparece aquello que necesito en un instante de mi jornada con el fin de cautivar mi atención. O, por el contrario, es Jesús aquel hombre que cautiva mi vida, el que le da sentido a mi enfermedad para poder sanarla, que cura mi herida y reconforta mi ánimo, en ultimas, el Mesías que siempre está en mi camino y que al ser uno conmigo me fortalece para construir mi vida con un verdadero propósito y misión: construir el Reino de Dios.
Nos queda la pregunta para nuestra reflexión personal, ¿puede Jesús cimentar una comunidad – iglesia en mí como madre, padre de familia?, ¿puede confiar en nuestra fe para levantar la iglesia que sea fuerza y baluarte que ni el imperio de la muerte la pueda vencer?, la respuesta, al igual que la de los discípulos, incluida la de Pedro, es netamente personal.
Identidad, confianza y misión tres palabas que a la vez se convierten en valores y virtudes que en este momento debemos tener presentes en el caminar de nuestra fe y en concreto de la respuesta que damos en el seguimiento de Jesús, nuestro Maestro. Que como Santa Teresa de Jesús respondamos con plena claridad “yo soy …. de Jesús para escuchar el eco del aquel Niño, y yo soy el Jesús de …”
Recuerda siempre la pregunta de Jesús: Y ustedes ¿quién dicen que soy?
Feliz domingo y semana.
Dios y María los acompañen siempre.
Fr. Guillermo Antero Urrego, OCD.