VI Semana del Tiempo Ordinario
11 de Febrero de 2024
El leproso vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento
Lectura del libro del Levítico. Lv 13,1-2.44-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
«Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca una llaga como de lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón, o ante uno de sus hijos sacerdotes.
Se trata de un leproso: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.
El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: «¡Impuro, impuro!». Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento».
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Sal 32(31),1-2.5.11 (R. 7b)
R. Tú eres mi refugio,
me rodeas de cantos de liberación.
V. Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado,
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito
y en cuyo espíritu no hay engaño. R.
V. Había pecado, lo reconocí.
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
V. Alégrese, justo y gocen con el Señor;
aclámenlo los de corazón sincero. R.
Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios. 1Co 10,31 – 11,1
Hermanos:
Ya coman, ya beban o hagan lo que hagan, háganlo todo para gloria de Dios.
No den motivo de escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de Dios; como yo, que procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven.
Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
La lepra se le quitó, y quedó limpio
Lectura del santo Evangelio según san Marcos. Mc 1,40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
«Quiero, queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
«No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Dios siempre quiere
“Dios siempre quiere”, esta es la consigna de aquellos que se abandonan en las manos de Dios cuando saben que los propósitos de sus acciones son buenos y beneficiosos para todos. No obstante, en nuestra experiencia de fe, muy seguramente, todos hemos experimentado la dificultad que conlleva entender cuál es el “querer” de Dios pues, en muchas ocasiones nuestro querer no está conforme al querer divino y, justo allí, en ese preciso momento descubrimos que cuando hacemos las cosas conforme a nuestro propio querer no arrojan los resultado que esperábamos. Entonces en ese instante se despierta intuitivamente la búsqueda de ¿cuál es el querer de Dios?
En el evangelio de este domingo 11 de febrero vemos a un hombre enfermo de lepra que se acerca a Jesús y suplicando de rodillas exclama: “si quieres, puedes curarme”; esta afirmación ciertamente es una súplica pero, más allá de una simple súplica, es como la concesión formal de un permiso de algo de lo cual ya se tiene la certeza que va a pasar. Este simple formalizo del hombre enfermo de lepra le confiere a Jesús efectuar el milagro irrumpiendo sobre lo más íntimo y personal que pueda tener una persona, su propio cuerpo. Esta suplica resulta ser la concesión del querer de Dios sobre el querer de este hombre, es la unión de dos voluntades, la de Dios y la del que le suplica, de manera que, quienes presenciaron la escena y escucharon aquella dramática conversación fueron testigos de una seria negociación que duró tan sólo unos cuantos segundos, pues la respuesta de Jesús no se dio a esperar: “quiero: queda limpio”; esta unión de dos voluntades es por definición un contrato, el cierre de un muy buen negocio con Dios, cuya clave y propósito fue anteponer la voluntad de Dios sobre la propia.
Por lo cual el éxito de una buena negociación divina está en poner sobre mis deseos los deseos de Dios. Esto nos lo enseñó el mismo Jesús cuando sumido en un profundo cuadro de ansiedad, orando al Padre celestial y sudando espesas gotas de agua que parecían como sangre dice: “hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22, 42), una bella oración quizás aprendida de su propia Madre exclamada en el momento glorioso de su concepción cuando le dice al ángel Gabriel: “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
Nunca está de más negociar con Dios, Santa Teresa de Jesús acostumbraba hacerlo después de cada comunión, ella considera el espacio de oración después de la comunión el momento más acertado para hablar con Dios y negociar con Él: “no perdáis tan buena sazón de negociar, como es la hora después de haber comulgado. Mirad, que este es gran provecho para el alma, y en que se sirve mucho el buen Jesús, que le tengáis compañía” (CV 34, 8). Así pues, no tengamos miedo a negociar con Dios, a preguntarle cuál es su querer. El querer de Dios no es para temer, es para amar, no le tengamos miedo a la voluntad divina, y como aquel hombre enfermo nosotros también oremos hoy a Dios diciendo: “Señor, si quieres, puedes curarme”.
Fr. Harold Cuervo de Santa Teresita del Niño Jesús, OCD.