SEMANA SANTA
DOMINGO DE RAMOS
13 de abril de 2025
No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado
(Tercer cántico del Siervo del Señor)
Lectura del libro de Isaías. Is 50,4-7
EL Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor
Sal 22(21),8-9.17-18a.19-20. 23-24 (R. 2a)
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
V. Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R.
V. Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R.
V. Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.
V. Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que temen al Señor, alábenlo;
linaje de Jacob, glorifíquenlo;
témanlo, linaje de Israel». R.
Se humilló a si mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los Filipenses. Flp 2,6-11
Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Seño
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Lc 23,1-49
Cronista:
En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo:
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Él le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. «Instiga al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante palabrería; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con insistencia. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
Pilato entregó a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me han traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusan; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya ven que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Hijas de Jerusalén, no lloren por mí
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos, porque miren que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caigan sobre nosotros”, y a las colinas: “Cúbrannos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Domingo de Ramos
Iniciamos la Semana Santa, un tiempo esperado por todos los creyentes que nos invita a profundizar en el misterio de un Mesías humilde que transforma el sufrimiento en redención desde el corazón. La liturgia de este día tiene características muy especiales: comienza con la alegría de ver entrar triunfalmente a Jesús —el Mesías humilde— en Jerusalén, rodeado de palmas, y continúa con la contemplación de su Pasión y muerte. Este contraste entre el entusiasmo basado en expectativas terrenales y la entrega generosa hasta el extremo del amor en la Cruz encierra un profundo significado.
Una característica destacada del Evangelio de Lucas es mostrarnos a un Jesús profundamente humano, capaz de experimentar el abandono, la soledad, el dolor físico, la traición y la Cruz; pero también a un Jesús que no cesa de amar, que se abandona confiadamente en el Padre y que, en medio del sufrimiento, sigue perdonando.
La misericordia brilla con claridad en el relato de la Pasión, como se refleja en la mirada compasiva de Jesús hacia Pedro —símbolo de las veces que lo negamos, no solo con palabras, sino con acciones—. Desde la Cruz, el Señor no deja de interceder por nosotros, a pesar de las alabanzas efímeras y la indiferencia que lo rodean.
Es un día para recordar cómo Jesús sana la oreja del soldado herido, consuela a las mujeres de Jerusalén en su desconsuelo y, entre el dolor y las acusaciones, ofrece el paraíso a uno de los ladrones crucificados con Él.
Hoy es un día para alzar palmas en señal de alegría, pero también para asumir el compromiso de reconocer en el Crucificado al Salvador, confiar en su misericordia y abrir el corazón para seguirlo tanto en la alegría como en el dolor.
La Cruz podría parecer un final trágico, y en cierto sentido lo es, pero es allí donde el amor se revela como entrega total. Es allí donde comprendemos que servir con humildad y perdonar como Cristo —hasta las últimas consecuencias— surgen de una obediencia radical al Padre.
La liturgia de hoy nos recuerda que el verdadero triunfo cristiano no reside en aplausos momentáneos, sino en la entrega constante a Aquel que, por amor, «se hizo obediente hasta la muerte» (Filipenses 2,8). Jesús no muere únicamente como víctima de la injusticia, sino como quien transforma el amor en donación generosa. Hoy es el día para seguir a Cristo, que triunfa tanto en los momentos gloriosos como en el dolor. Es una invitación a iniciar una semana que nos guía por el camino de la fidelidad, el servicio y el perdón hasta el fin de nuestra vida.
Para concluir, vivamos este Domingo de Ramos respondiendo a la invitación de entrar en Jerusalén con Él, no como espectadores, sino como discípulos que abrazan su Cruz. Seamos quienes ven en la Cruz la cumbre del amor, capaces de dar la vida con humildad, perdonar como Él lo hizo y, sobre todo, reconocerlo no solo en la alegría, sino en nuestra vulnerabilidad, debilidad y fragilidad.
Una bendecida Semana Santa para todos y que la Pascua sea nuestro gozo y nuestra certeza de fe. Amén.
Fr. Luis Enrique Orozco, ocd.