XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
17 de noviembre de 2024
Entonces se salvará tu pueblo
Lectura de la profecía de Daniel. Dn 12,1-3
Por aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que se ocupa de los hijos de tu pueblo; serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora.
Entonces se salvará tu pueblo: todos los que se encuentran inscritos en el libro.
Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua.
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.
Palabra de Dios.
Sal 16(15),5 y 8.9-10.11 (R.1)
R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
V. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R.
V. Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R.
V. Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados
Lectura de la carta a los Hebreos. Hb 10,11-14.18
Todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados.
Ahora bien, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor
Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos. Mc 13,24-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprendan de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducen que el verano está cerca; pues cuando vean ustedes que esto sucede, sepan que él está cerca, a la puerta. En verdad les digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán”
Aparentemente en el capítulo 13 de Marcos, Jesús habla de finales: del templo, de Jerusalén, de la tierra y de los astros; y por tanto los ángeles reunirán a los elegidos. Sólo hay que leer los signos para darse cuenta de que todo se está acabando, y todo tendrá su final. Sin embargo, Jesús irrumpe con unas palabras que abren la única posibilidad de lo eterno: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán”. Jesús habla de un solo momento donde se funden el final y el comienzo, aunque ese momento sólo es conocido por el Padre.
Las palabras de Jesús hacen posible un nuevo templo, una nueva Jerusalén, un cielo nuevo, y una nueva tierra, precisamente cuando Jesús va de camino hacia Jerusalén revelando al que está dispuesto a sellar con su propia Sangre las Palabras que no pasarán, y en donde se cumplirá la profecía y el Sacrificio del que, para nosotros, será Sacerdote, Víctima y Altar.
La actitud que nos deja la lectura de este domingo trigésimo tercero se concreta en estar preparados, y así nos lo recuerda nuestra Santa Madre Teresa de Jesús: “todo se pasa”. No se trata de una amenaza sino de una opción: estar dispuestos para nacer a una vida diferente que sólo puede ser eterna por la perenne presencia de Nuestro Señor Jesucristo. No se trata de estar preparados para la muerte sino para la Vida. San Juan de la Cruz nos dirá que no se trata de perderlo todo, sino de ganarlo Todo.
¿Estar preparados? ¿cómo? Quizá muchas personas pensaran en confesarse, en cambiar, en enderezar los caminos torcidos de la vida, pero no es así, no es tan sencillo. Sólo las Palabras de Jesús no pasarán. No se trata de hacerle promesas a Dios, de forzar la voluntad, de hacer penitencias y ascetismos; simplemente se trata de rendirse ante Jesús, porque es el único que hace que lo imposible sea posible.
De esta manera el camino de oración propuesto por Teresa de Jesús, además de ser “trato de amistad tratando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”, en lo concreto de la vida consistirá en no estorbar al amado; lo que en otras palabras decía Juan el Bautista: “es necesario que el crezca y que yo disminuya”.
Mi yo, mi templo, mi Jerusalén terrena, mi cielo y mi tierra… todo pasará, pasará mi ser de creatura; pero el mismo Jesús que es Palabra que no pasará, será mi Cielo Nuevo y mi Tierra Nueva. En este momento nos recuerda Teresa que “Dios no se muda” y que “sólo Dios Basta”. La consecuencia esperada de abrirle paso al amor es amar como Jesús amó. Y así se puede experimentar la bendición de Jesús para estar en el mundo sin ser del mundo.
Este no es un cuento de viejas beatas de manto que no salen de las capillas. Se trata de ser la presencia viva de Jesús donde se necesita la mano de Dios que “recrea y enamora”. Se trata de que seamos Eucaristía viviente. Se trata de llegar al último momento de la vida diciendo “al fin muero hijo de la Iglesia”… o “no muero, nazco a la Vida”. En fin, de saber que: “al atardecer de la vida me examinarán del amor”.
Fr. Olairo Castillo, OCD.