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26° Semana del Tiempo Ordinario
28 de septiembre de 2025
Ahora se acabará la orgía de los disolutos
Lectura de la profecía de Amós. Am 6,1a.4-7
Esto dice el Señor omnipotente:
«¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion,
confiados en la montaña de Samaría!
Se acuestan en lechos de marfil,
se apoltronan en sus divanes,
comen corderos del rebaño y terneros del establo;
tartamudean como insensatos
e inventan como David instrumentos musicales;
beben el vino en elegantes copas,
se ungen con el mejor de los aceites
pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José.
Por eso irán al destierro,
a la cabeza de los deportados,
y se acabará la orgía de los disolutos».
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor
Sal 146(145),6c-7.8-9a. 9bc-10
R. Alaba, alma mía, al Señor!
o bien:
R. Aleluya.
V. El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R.
V. El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R.
V. Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sion, de edad en edad. R.
Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo. 1Tm 6,11-16
Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos.
Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.
A él honor y poder eterno. Amén.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Seño
Recibiste bienes, y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas. Lc 16,19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia ustedes no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
¿Podemos celebrar con gozo mientras la miseria toca a la puerta?
Las lecturas de este domingo XXVI nos obligan a quitarnos las gafas de la comodidad y darnos cuenta de la terquedad del corazón. La parábola del rico y Lázaro se inspira en un texto del profeta Amós, elegido este domingo como primera lectura. El profeta denuncia a quienes se «acuestan en camas de marfil» y celebran banquetes, mientras son «indiferentes a la catástrofe» que devora a su propio pueblo.
Luego, Jesús nos cuenta la historia del Rico y el pobre Lázaro. El rico no es condenado por su prosperidad, sino por su indiferencia. Su pecado fue la omisión: su exquisito estilo de vida, marcado por el lujo y el banquete diario, le impuso una ceguera moral. Aunque Lázaro yacía en su puerta, el rico lo vio, lo ignoró y lo condenó con el silencio de su fiesta. Este egoísmo transformó su opulencia en una injusticia silenciosa. El abismo que separó a estos dos hombres en la eternidad no fue trazado por Dios en la muerte, sino por la dureza del corazón y la falta de compasión del rico en vida.
Esta parábola es la de nuestra propia tierra. Lázaro no es un personaje de hace dos mil años; es el que pide limosna en el semáforo, el migrante al que evitamos mirar, la víctima de la violencia que ya no nos conmueve en el noticiero, la familia que vive en el rancho mientras nosotros disfrutamos de un «espléndido banquete» de comodidades. El pecado más profundo no es la riqueza ni la pobreza, sino la ceguera del alma que nos impide ver la miseria que yace a nuestros pies.
Frente a esta ceguera, el apóstol Pablo nos da la medicina en la carta a Timoteo: nos llama a «huir del amor al dinero» y a «pelear la buena batalla de la fe». La fe no se mide por cuánto acumulamos o qué tan alto rezamos, sino por la integridad radical con la que perseguimos la justicia, el amor y la compasión. La fe no es un refugio para evadir la realidad, sino la fuerza que nos impulsa a transformarla. La única manera de «pelear la buena batalla» es acortando el abismo con el Lázaro de nuestra puerta, usando nuestros talentos y recursos no solo para nuestro bienestar, sino para la sanación de los que caminan junto a nosotros, de los que comparten nuestra historia.
Jesús nos advierte que la Palabra de Dios (la Ley y los Profetas) ya es suficiente para guiarnos a la conversión. Si ignoramos la ética de la justicia, ningún milagro (ni siquiera la resurrección) cambiará un corazón que ha elegido la dureza, la indiferencia egoísta y la terquedad.
Que hoy el Señor nos recuerde que todos, ricos y pobres, somos hijos de un mismo Padre y nos impulse a pasar de la indiferencia a la acción solidaria, transformando nuestros muros de comodidad en puentes de misericordia. Que la fe nos anime a ser las manos de Dios que levantan a Lázaro donde la necesidad se haga visible. Amén.
Feliz y bendecida semana en el Señor.
Fr. Richard Tunubalá, OCD
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