Solemnidad de la Ascensión del Señor
Ciclo A
21 de mayo de 2023
A la vista de ellos, fue elevado al cielo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hch 1,1-11
En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguarden que se cumpla la promesa del Padre, de la que me han oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».
Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?».
Les dijo: «No les toca a ustedes conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibirán la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y «hasta el confín de la tierra» ».
Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos, al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre ustedes y llevado al cielo, volverá como lo han visto marcharse al cielo».
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Sal 47(46),2-3.6-7.8-9 (R. cf. 6)
R. Dios asciende entre aclamaciones
el Señor, al son de trompetas
O bien:
R. Aleluya
V. Pueblos todos, batan palmas,
aclamen a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor altísimo es terrible,
emperador de toda la tierra. R.
V. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
toquen para Dios, toquen;
toquen para nuestro Rey, toquen. R.
V. Porque Dios es el rey del mundo:
toquen con maestría.
Dios reina sobre las naciones
Dios se sienta en su trono sagrado. R.
Lo sentó a su derecha en el cielo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios. Ef 1,17-23
Hermanos:
El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo e ilumine los ojos de su corazón para que comprendan cuál es la esperanza a la que los llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro.
Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Mientras los bendecía, fue llevado hacia el cielo
Conclusión del santo Evangelio según san Lucas. Lc 24, 46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto. Miren, yo voy a enviar sobre ustedes la promesa de mi Padre; ustedes, por su parte, quédense en la ciudad hasta que se revistan de la fuerza que viene de lo alto».
Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
“¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? ”
“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Aleluya. El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como lo habéis visto marcharse. Aleluya, aleluya, aleluya”
¡Así comienza el Misterio que hoy presenciamos! La antífona de entrada, Hechos de los Apóstoles, 1, 11, entrelazada en cuatro aleluyas insistentes, esta antífona cuando es cantada en gregoriano, tiene una característica particular: la melodía esencial que proclama este pasaje del Nuevo Testamento hace algo que se llama “figuralísmo” o “madrigalísmo” y que consiste en que la música dibuja melódicamente lo que dice la palabra, o lo que ella quiere expresar espiritualmente.
En el caso de esta antífona, la música hace tres giros melódicos para dibujar la mirada de los apóstoles que están allí con sus ojos fijos en el Resucitado que está ascendiendo a los cielos. La melodía dibuja las cabezas de aquellos asombrados discípulos que giran mirando al infinito para verlo partir…
La teología musical elaborada por aquellos sencillos monjes, hombres del campo, cultivadores de letras y arados, que sin ningún protagonismo, dibujaban música en aquellos textos litúrgicos que aprendían de memoria, ante la ausencia de libros, misales costosos, que existían pocos ejemplares a mediados del siglo VIII.
Los monjes del campo, liturgos naturales, sobrios artistas de lo inefable, trazaban melodías en su mente, sin necesidad de escribir nada todavía, y lo enseñaban así a sus hermanos, por tradición oral, para que juntos lo cantaran como una proclamación de fe y de la experiencia mística que todos vivían en comunidad.
Cuando los imaginamos compartiendo así, y ellos nos llevan a ver a los apóstoles que dan vueltas en sus miradas al cielo, también nosotros no dejamos de tener una sensación de soledad, casi de orfandad, ¿se nos fue? ¿partió de esta tierra sembrada de aullidos el Único que podía darnos fuerza y esperanza?…
Tal vez por eso no nos quedamos solo en el figuralísmo musical que nos hace girar mirando al cielo, sino que más bien ponemos nuestros ojos en los místicos que nos dicen que Él no se fue, que se quedó con nosotros para siempre, que su promesa era real: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Él está entrando hasta el fondo del alma, en un remolino de Gloria, sumergiéndonos con Él en nuestro Océano íntimo, y por eso podemos llegar a un estado tal de unidad con Él, que Él y nosotros seamos un solo corazón y una sola carne, esa es la certeza que nos salva. No se fue Nuestro Señor, se unió en un Canto de Amor Eterno con su Padre, y está aquí con nosotros, “cabe mi” diría Teresa
(“Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él” -Vida 10, 1-)
El vuelo que ven los hombres de Galilea, la Ascensión, es más una inmersión, el Cielo profundo al que asciende es un Mar hondo que entra hasta el fondo del corazón y que nos lleva hasta el centro y mitad del alma para poder encontrar nuestro Castillo interior, Aquel que vieron los hombres de Galilea y que ahora nos mira a nosotros cara cara diciéndonos no tengan miedo aquí estoy, aquí vivo, aquí me ves y aquí me quedo, eternizándote, volviéndote sagrado, divinizando tu carne, volviéndote inmortal, asemejándome a ti, asemejándote a mí, llevándote al Matrimonio Espiritual, a la Séptimas Moradas, no se fue, El que nos hace inmortales se nos quedó vivo “para siempre, siempre, siempre”.
Fue a Él a quien le entregamos la entera existencia con el sueño de llegar a nuestro Castillo interior y a las Séptimas moradas, a tocar el Cielo con los dedos, a tocar el Cielo con las manos, para vivir sumergidos en el Cielo, en la Tierra Prometida, en la Nueva Jerusalén.
También nosotros, hoy en día, tenemos que escuchar las mismas palabras: nosotros, Galileos Carmelitas, no miremos, no dejemos que nuestra mirada se pierda en cosas aparentes, cuando sólo “una cosa es necesaria”, escojamos “la mejor parte” y entreguémosla al mundo que nos necesita, ahora más que nunca.
Fr. Alejandro Tobón, OCD.