II DOMINGO DE ADVIENTO
Inmaculada Concepción de la Virgen María
08 de diciembre de 2024
Victoria sobre la serpiente
Lectura del libro del Génesis. Gn 3,9-15.20
Después que Adán y Eva comieron del fruto prohibido, llamó el Señor Dios a Adán y le preguntó dónde estaba.
Él contestó: «Te sentí venir por el jardín y me dio miedo, porque estoy desnudo. Por eso me escondí».
Dios le preguntó: «¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Será que comiste del fruto del árbol del que te prohibí comer?»
El hombre respondió: «La mujer que tú me diste para que me acompañara fue la que me dio de ese árbol, y yo comí».
El Señor Dios le preguntó a la mujer: «¿Qué fue lo que hiciste?»
La mujer respondió: «La serpiente me engaño, y comí».
Entonces le dijo el Señor Dios a la serpiente:
«Por haber hecho eso,
maldita serás entre todos los animales, domésticos y salvajes.
Caminarás arrastrándote
y comerás polvo todos los días de tu vida.
Pondré enemistad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y la de ella.
La descendencia de la mujer te herirá en la cabeza,
cuando tú la hieras en el talón».
El hombre llamó a su mujer Eva,
por ser la madre de todos los vivientes.
Palabra de Dios.
Sal 97, 1bcde. 2-3ab. 3c-4 (R.: 1bc)
R. Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
V. Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
V. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
V. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
griten, vitoreen, toquen. R.
Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
Lectura de la Carta del apóstol san Pablo a los Efesios. Ef 1,3-6.11-12
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el
amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad,
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
En él hemos heredado también,
los que ya estábamos destinados por decisión
del que lo hace todo según su voluntad,
para que seamos alabanza de su gloria
quienes antes esperábamos en el Mesías.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo
Lectura del santo Evangelio según san Lucas. Lc 1,26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a
una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de
David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba
qué saludo era aquel. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante
Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo
del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer
será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha
concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que
llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
«Salve, llena de gracia, el Señor es contigo»
La fiesta de la Inmaculada entona perfectamente con el espíritu del Adviento; mientras la Iglesia se prepara a la venida del Redentor, es muy justo acordarse de aquella mujer —la Purísima— que fue concebida sin pecado porque debía ser su madre.
La misma promesa del Salvador está unida, más aún incluida en la promesa de esta Virgen singular. Después de haber maldecido a la serpiente tentadora, dijo el Señor: «Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo: éste te aplastará la cabeza» (Gn 3, 15). Con María comienza la lucha entre el linaje de la mujer y el linaje de la serpiente lucha desde el primer origen de la Virgen, habiendo sido ella concebida sin mancha alguna de pecado y por lo tanto en completa oposición a Satanás. Lucha que se convertirá en hostilidad gigantesca y se resolverá en victoria cuando Jesús, el «linaje» de María, vendrá al mundo y con su muerte destruirá el pecado. De esta manera la vocación de María ocupa un primer plano en la historia de la salvación: ella es la madre del Redentor y el mismo tiempo su primera redimida, preservada de toda sombra de culpa en previsión de los merecimientos de Jesús. Sin embargo, el privilegio de la Inmaculada no consiste sólo en la ausencia del pecado original, sino mucho más en la plenitud de su gracia. «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular» (LG 56). El saludo de Gabriel: «Salve, llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1, 8) constituye el testimonio más válido de la inmaculada concepción de Maria, ya que no sería en sentido total «llena de gracia» si el pecado la hubiera tocado aunque no fuera más que por un levísimo instante.
De esta manera la Virgen comenzó su existencia con una riqueza de gracia mucho más abundante y perfecta que la que los más grandes santos alcanzan al final de su vida. Si consideremos luego su absoluta fidelidad y su total disponibilidad para con Dios, se podrá intuir a cuáles alturas de amor y de comunión con el Altísimo haya llegado, precediendo «con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas» (LG 53).
Al texto evangélico que presenta a María como «llena de gracia» corresponde la carta de S. Pablo a los Efesios. «Bendito sea Dios… que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos, por cuanto que él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante él en caridad… para la alabanza del esplendor de su gracia» (1, 3-6). La Virgen ocupa el primer puesto en la bendición y en la elección de Dios, ya que es la única criatura santa e inmaculada en sentido pleno y absoluto. En María la bendición divina ha producido el fruto más hermoso y perfecto. Y esto no sólo porque fue bendecida y elegida «en Cristo», en previsión de sus méritos, sino también en función de Cristo, para que fuese su madre.
Hoy la Iglesia invita a sus hijos a alabar a Dios por las maravillas realizadas en esta humilde Virgen: «Cantad al Señor un cántico. Nuevo porque ha obrado maravillas» (Salmo responsorial): la maravilla de haber roto la cadena del pecado de origen que tiene atados a todos los hijos de Adán, aplicando a María, antes que se llevase a efecto históricamente, la obra de salvación que Jesús, naciendo de ella, habría de realizar.
La Virgen de Nazaret encabeza así las filas de los redimidos, con ella comienza la historia de la salvación, a la cual ella misma colabora dando al mundo Aquel por quien los hombres serán salvados. Cuantos creen en el Salvador no hacen más que seguir a María, y tras ella y no sin su mediación han sido bendecidos y elegidos por Dios «en Cristo para ser santos e inmaculados… en caridad». Este maravilloso plan divino que se cumplió en María con una plenitud singular y privilegiada, debe realizarse también en cada uno de los creyentes según la medida establecida por el Altísimo. Para ello no tiene más que seguir cada uno en su vida el modelo de María, imitándola en su fidelidad a la gracia y en su incesante apertura y entrega a Dios. Y así como la plenitud de gracia de María floreció en plenitud de amor a Dios y a los hombres; también en los creyentes la gracia debe madurar en frutos de caridad hacia Dios y hacia los hombres, para gloria del Altísimo y aumento de la Iglesia.
Fr. Fray Gabriel de Santa María Magdalena, ocd.