XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
13 de octubre de 2024
Al lado de la sabiduría en nada tuve la riqueza
Lectura del libro de la Sabiduría. Sb 7, 7-11
Supliqué y me fue dada la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos
y a su lado en nada tuve la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa,
porque todo el oro ante ella es un poco de arena
y junto a ella la plata es como el barro.
La quise más que a la salud y la belleza
y la preferí a la misma luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
tiene en sus manos riquezas incontables.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Sal 90(89), 12-13.14-15.16-17
R. Sácianos de tu misericordia, Señor,
y estaremos alegres.
V. Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R.
V. Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas. R.
V. Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
Y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R.
La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón
Lectura de la carta a los Hebreos. Hb 4, 12-13
Hermanos:
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.
Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Vende lo que tienes y sígueme
Lectura del santo Evangelio según san Marcos. Mc 10, 17-27 (forma breve)
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amo y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
“Una cosa te falta”
De lo que nos impide realizar el sueño de Dios.
Durante estos domingos, el Evangelista San Marcos nos ha venido acompañando y en el contexto del que se van tomando las perícopas, que es la subida a Jerusalén, se nos ofrecen realidades que tocan muy profundamente el ser de nuestras personas y la intencionalidad de nuestras decisiones y actos, de nuestras búsquedas, que, casi siempre, no están en consonancia con el querer y la búsqueda de Jesús de Nazaret.
Permítanme realizar una pequeña memoria de los inmediatos domingos precedentes: El domingo XXIV en el cual Pedro es puesto en su sitio ante la explicación por parte de Jesús de la dinámica del Reino anunciada por él: “Ponte detrás de mí que me haces tropezar. Porque piensas como los hombres, no como Dios” (Mc 8, 33). En el domingo XXV todos los apóstoles son puestos en su sitio porque durante el camino iban discutiendo quién de ellos iba a ser el más importante. Y Jesús les indica no cómo ser el más importante sino “cómo ser el primero en servir y hacerse el último” (Mc 9, 33-35). Ese es el que sirve, al estilo de Jesús, para la tarea del Reino. Luego, en el XXVI domingo, el Señor Jesús amplía el corazón y la consecuente mirada de los Apóstoles que le han impedido a uno que eche demonios en el nombre de Jesús “porque no era del grupo” (Mc 9, 38). Una sentencia muy lógica pone Marcos en los labios de Jesús: “No se lo impidan porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar de mí, no está en contra, sino que recoge junto con ellos” (Mc 9, 39-40). Algo que nos recuerda aquella máxima Aristotélica de la lógica: “Como son los principios son las conclusiones”. Y, como en un crescendo, el domingo XXVII, toca la esencia de ese no fluir como quisiera Jesús, el proyecto de su Reino, de su Amor: “La dureza del corazón” (Mc 10, 2 – 16).
Llegamos al XXVIII domingo, en la Liturgia, continuando con la lectura del capítulo 10, versículos 17 a 30, la tan conocida parábola del joven rico, como comúnmente se le ha titulado. Y el entramado del banquete de la Palabra es un elogio a la Sabiduría (Sb 7, 7-11), que no es una cosa que Dios da, sino él mismo dándose. La Sabiduría es Jesús. Aclamamos la Palabra con el Salmo 89 que es un canto precioso a esa sindéresis espiritual y racional que ha de acompañarnos respecto a la labilidad propia de esta vida humana: “Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”. Y la segunda lectura, de la Carta a los Hebreos 4, 12 – 13 que es como una especie de sentencia. La Palabra confronta, penetra, juzga las intenciones del corazón, llega hasta los tuétanos. Centrémonos en el Evangelio, sin perder de vista las demás lecturas, que nos ayuden a concluir algo que nos pueda ayudar en nuestro camino de configuración con el Señor.
Estamos en pleno movimiento. Jesús está de camino. Los verbos utilizados denotan muy bien la situación: salía, acercó, corriendo, arrodilló, preguntó, contestó, etc. Una dinámica de vida, de movimiento, de inquietud, de sentencias, de certezas, de sentimientos, de preguntas, se nos presentan. Es eso inquietante de la vida, eso que no nos deja tranquilos «desde por dentro» lo que se está moviendo. Es esa Palabra que mueve desde los tuétanos, desde lo más íntimo. También nosotros estamos ahí, frente a frente, con Jesús, si nuestro deseo más sincero es dejarnos interpelar por Él.
Quizá, como el joven del Evangelio, nos las sabemos de memoria “desde niños” y hasta hayamos cumplido lo que los preceptos ordenan (v 20), quizá hasta bellas palabras nos han llevado a explicar el camino a otros. Y, sin embargo, Aquél que es la Vida, la Vida en abundancia, la verdadera Vida, vuelve a instarnos: “Una cosa te falta” (v 21 a), “una cosa te falta” (v 21), “una cosa te falta” (v 21a) y ¿qué es eso que nos hace falta? “Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego ven y sígueme” (21 b). Ahí está el meollo del asunto. Si el pasado domingo el amor del Buen Dios no fluía por el endurecimiento del corazón, (Mc 10, 5) en este Domingo la cuestión apunta a nuestras aparentes seguridades que no son más que piso movedizo porque nuestra egolatría, nuestro egocentrismo, incluso nuestras egologías se nos van al piso y como porcelana que se nos cae de las manos quedan hechas mil pedazos: “Una cosa te falta” (v 21 a).
Aquel joven del Evangelio (que somos tú y yo) en el sentido anagógico del texto sagrado, dice, se marchó porque era muy rico. Soslayadamente el texto nos ofrece el motivo. No es tanto que sea muy rico el problema. Mas bien, el aquel joven estaba apegado a eso que tenía. El apego que, al decir de San Juan de la Cruz, es negación de amor, fue el indicador de su no poder: “frunció el ceño y se marchó pesaroso” (v 22). En otras traducciones dice que se fue lleno de tristeza. ¡Qué dialéctica tan estremecedora! Algo le decía su corazón internamente de Aquel campesino de Nazaret, al punto que primero corrió hasta donde Jesús, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (v 17) Internamente el drama está planteado. No se trata simplemente de vivir para cumplir, ya que paradójicamente, cumplir no siempre sirve para vivir. Había algo más, un reclamo, un hondón, un vacío que se llenaba no con lo material, no con el cumplimiento taxativo de la ley, hay algo más: ¡La Vida eterna!, de la cual Jesús es Maestro y Señor. Pero ante la propuesta de Jesús: Anda, vende, da, ven y sígueme, ahí se marcha, se aleja, se va (v 22).
El deseo del corazón del joven, la mirada y acogida de Jesús y el camino indicado por el Maestro de Galilea coinciden: Lo que está en juego es la vida eterna. La vida fisiológica está resuelta y de sobra, está ahí entre la mirada de Jesús amorosa que le indica el camino de la Vida Eterna y la mirada del joven muy mezquina que pensaba que con la sumatoria del haber cumplido la ley desde niño era suficiente y el considerar lo que tenía y venderlo para darlo a quien no le devolvería nada (a los pobres) era una locura. A Jesús no le bastan nuestros bonitos discursos, nuestras matemáticas exactas que nos llevan a pensar el camino recorrido y lo acumulado (por muy bueno que nos parezca). Jesús quiere la disposición del corazón, la disposición interna para dejarnos desmotar de nuestras “seguridades” y acoger su propuesta. Su propuesta no es ni la del poder, ni la del cumplimiento de unas leyes (así llevemos toda una vida cumpliéndolas), ni la del acaparamiento, tampoco las de nuestras ideas inamovibles que vamos almacenando acerca de Él … ¡Es una locura muy cuerda! “Vender todo”, dar, soltar, desposeerse, (morir ontológicamente), acogerlo, ir a Él sin preconcepciones ni estorbos, llámense como se llamen, que muchas veces como “expertos de lo sagrado” nos llevan a manipular al mismo Dios según nuestros antojos.
No es una idea de Dios, es el Dios que adviene en Jesús, que nos confronta, nos desbarata internamente, nos cuestiona, Él mismo se nos desmorona ahí en la cara para decirnos que nuestros teologismos, incluso psicologismos que podamos habernos fabricado acerca de Él no son Él. Que es un Dios inquietante, especialista en desbaratar ídolos (los que nos fabricamos nosotros mismos con bonitas ideas acerca de Él). Siempre, si el encuentro con Él es sincero, habrá algo más. Su sentencia amorosa “una cosa te falta” será la gran benevolencia que pueda, cada vez más, remediarnos, ayudarnos, mejorarnos. Porque, a decir verdad, nos vamos apegando a personas, realidades, situaciones, etc., que ponen en evidencia nuestra estrechez, nuestra mezquindad. Nos vamos como cercando, atando, perdiendo la genuina libertad que nos da el Espíritu para sobrepasar incluso esos condicionamientos temporales y poder afincar nuestra mirada y corazón en Él, “Manantial inagotable”. Como a los Apóstoles nos parecerá que es imposible para los hombres (v 27) y ciertamente lo es si no nos abrimos al verdadero Dios que se nos manifiesta en Jesús, “el cual lo puede todo” (27 b). Sin la Fe en el Señor esto carecería de todo argumento y de todo sentido.
Quizá como Pedro también pensamos “que lo hemos dejado todo” (v 28) para seguir al Señor Jesús. Y bien vale la pena preguntarnos: “¿Lo hemos dejado todo?” “¿Lo seguimos?”. Yo mismo me asusto de mí mismo y me pone en crisis muchas veces el preguntarme si no vivo de una idea de Dios, pero no del Dios verdadero revelado en Jesús. El Señor le promete a Pedro la abundancia propia de su ser, Señor del mundo entero y dador de vida eterna, que nunca quedará corto en su providencia. Nosotros no podemos presumir nada. Por más que hayamos dejado, sin Él nada seríamos ni nada habría. Acogerlo a Él es acogerlo todo y a todos en Él. Sin Él, con nuestros cortos paradigmas relacionales de apego, podemos quedar absolutamente vacíos de todo. Esa es la Sabiduría en la primera Palabra proclamada, la actitud del creyente que le dice al Señor: “enséñame a calcular mis años para adquirir un corazón prudente” (…) “tu misericordia hace prósperas las obras de nuestras manos” (Sal 89, 12. 17), esa es la Palabra que nos descubre «por dentro, desde los tuétanos» (Hb 4, 12 -13).
Nuestra misma Santa Madre nos lo pone como fundamento de nuestra vida si queremos ser discípulos de Jesús en la comunidad Teresiana: “Amor de unas con otras; otra, desasimiento de todo lo criado; la otra, verdadera humildad, que, aunque la digo a la postre, es la principal y las abarca a todas” (CV 4, 4) y nuestra Santa hermana Edith Stein es también muy categórica al respecto: “El amor natural busca muchas veces apoderarse de la persona amada para poseerla, en la medida de lo posible, enteramente. Cristo ha venido al mundo para reintegrar al Padre la humanidad perdida, y quien ama con su amor, ése quiere también a los hombres para Dios y no para sí. Este es, al mismo tiempo, el camino más seguro para poseerlos eternamente, pues si ponemos a un hombre en las manos seguras de Dios, entonces somos uno con él en Dios, mientras que el afán de conquistarlo nos lleva casi siempre – tarde o temprano – a perderlo para siempre” (Espiritualidad y mística. Unum esse in Deo. Obras completas. Vol. V. p. 485)
No hay amor sin humildad ni humildad sin amor. No nos devolvamos con el ceño fruncido.
Fr. Fredy de la Santísima Trinidad Garzón Flórez, OCD.