No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado
(Tercer cántico del Siervo del Señor)
Lectura del libro de Isaías. Is 50,4-7
EL Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Sal 22(21),8-9.17-18a.19-20. 23-24 (R. 2a)
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
V. Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R.
V. Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R.
V. Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.
V. Contaré tu fama a mis hermanos
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que temen al Señor, alábenlo;
linaje de Jacob, glorifíquenlo;
témanlo, linaje de Israel». R.
Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los Filipenses. Flp 2,6-11
Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.
V. Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Mt 27,11-54
¿Eres tú el rey de los judíos?
Cronista:
En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante el gobernador Poncio Pilato, y este le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices»
C. Y, mientras lo acusaban, los sumos sacerdotes y los ancianos no contestaban nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
S. «¿A quién quiere que les suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mando a decir:
S. «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos quieren que les suelte?».
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás»
C. Pilato les preguntó:
S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».
C. Contestaron todos:
S. «Sea crucificado»
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿Qué mal ha hecho?».
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Sea crucificado!».
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente diciendo:
S. «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá ustedes!»
C. Todo el pueblo contestó:
S. «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!».
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Crucificaron con él a dos bandidos
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz
C. Los que pasaban, lo injuriaban, y, meneando la cabeza, decían:
S. «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
C. Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo:
S. «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: ´´Soy Hijo de Dios´´».
C. De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
«Elí, Elí, lemá sabaqtaní?»
C. Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente:
+. «Elí, Elí, lemá sabaqtaní?».
C. (Es decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?»).
C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:
S. «Está llamando a Elías».
C. Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber.
Los demás decían:
S. «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».
C. Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Verdaderamente este era Hijo de Dios».
V. Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
La multitud es una mentira
«Imitemos a los que salían a su encuentro.
No para alfombrarle el camino con ramos de olivo…
sino para poner bajo sus pies nuestras propias personas,
con un espíritu humillado».
Andrés de Creta.
La frase en forma de título que acompaña esta reflexión, está tomada de una de las obras del Kierkegaard. Para este autor, la multitud es negación del individuo, perdido en medio de las masas.
Bajo esta óptica, El domingo de Ramos es el camino a la inversa: comenzamos por la proclamación jubilosa de Jesús “Rey humilde” y nos vamos sumergiendo poco a poco en el silencio contemplativo del acontecimiento de la Cruz. “Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado” (P. Francisco).
En la acogida a Jesús, podemos advertir que una gran multitud recibe en Jerusalén al Maestro, a cuyo paso tienden alfombras, túnicas y mantos, agitan ramas de olivo y gritan fuerte “¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. La multitud era compacta y el entusiasmo había prendido en los corazones de todos como llamaradas incontenibles, pues Jesús en su brillante polvareda de milagros y curaciones traía un ramillete de novedades de salvación que iba sembrando infatigablemente. Sin embargo, la muchedumbre del Domingo de Ramos se tornó bien pronto en una turba hostil que pedía a Pilato libertad para Barrabás y la cruz para el Nazareno, olvidando el amor a sus pobres, a sus enfermos; ciegos, sordos, leprosos, mudos, paralíticos, pastores humildes, pescadores, mercaderes, carpinteros, mujeres y niños. ¿Qué sucedió realmente?
Sucedió que no siempre la multitud comprende que «Toda gracia excelente y todo don perfecto descienden de lo alto» (St 1, 17). Por eso la gran pregunta ante el desconcierto del domingo de la aclamación es, ¿sabemos verdaderamente levantar los brazos para acoger lo que nos ha sido dado? Nada es menos evidente. Toda gracia excelente y todo don perfecto vienen de lo alto, pero no toda mano sabe extenderse para recibirlos. Pero, no todo está perdido. Hubo un hombre que levanto los ojos, pudo ver al hijo de Dios, ahí donde otros lo habían olvidado. Es la escena del centurión que, al verlo “expirar así, exclamó: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”. Se dejó asombrar por el amor (P.Francisco), De modo que, el centurión nos recuerda que solo tomando distancia de la masa podemos identificar al verdadero Cristo.
El comprendió que la multitud es una mentira”, un espejismo; y solo en la individualidad, junto a Jesús, sin turbas, sin ruidos, se puede reconocer al mesías. Es decir, solo ante la cruz y de frente a ella, caen nuestras seguridades, y resuena con fuerza el grito de aclamación: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor¡
Fr. Hernán Sevillano, OCD.